El temido desastre ocurrió finalmente; el nuevo período del kirchnerismo será otro a partir de ahora; prevalecerán más, seguramente, la pelea y la trifulca internas que cualquier alternativa sensata
Sucedió la deducción. Al menos, la deducción previa más extendida entre políticos y encuestadores, aunque pocos lo dijeron públicamente. El Gobierno sufrió una significativa derrota nacional, que incluyó a la inmensa Buenos Aires. En el escrutinio nacional perdió por 9 puntos. El temido desastre ocurrió finalmente. El nuevo período del kirchnerismo será otro a partir de ahora. Prevalecerán más, seguramente, la pelea y la trifulca internas que cualquier alternativa sensata. La situación abre una panoplia de preguntas y de nuevas inferencias. La primera de ellas refiere a qué hará la jefa del peronismo, Cristina Kirchner, después de haber perdido la cuarta elección consecutiva de mitad de mandato. Fue derrota en 2009, en 2013, en 2017 y probablemente lo será ahora en las generales de noviembre. El único Kirchner que ganó una elección de mitad de mandato fue Néstor en 2005. Extraño: ganan la presidencia, pero pierden las legislativas.
Las elecciones primarias, que se celebraron ayer, no son necesariamente un anticipo idéntico de las generales. Pero adelantan lo que será parecido en noviembre, tal vez con resultados más graves para el oficialismo. ¿Las primarias no fueron consideradas por todos los políticos, acaso, como la mejor encuesta sobre el estado de la sociedad? Ahí están sus consecuencias. No las ignoren ahora. Faltan dos meses para los comicios generales. La vicepresidenta bascula, dicen, entre promover cuanto antes una renovación profunda del gabinete de su vicario en la presidencia, Alberto Fernández, o seguir actuando una imagen de unidad hasta los comicios generales. Nadie puede arrogarse ninguna victoria en el oficialismo, porque sencillamente no la hubo. El kirchnerismo perdió hasta en Santa Cruz. Solo ganó en el norte profundo: Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja y Formosa, donde el clientelismo político es lo que dirime las elecciones.
El Gobierno manejó mal la pandemia. Pero lo que más lo perjudicó fueron hechos o imágenes que la propia administración promovió sin razón. El vacunatorio vip, al principio de todo, cuando la vacuna era un bien muy escaso, y la fiesta de cumpleaños de la primera dama, Fabiola Yañez, en la residencia de Olivos. La fiesta se convocó en julio de 2020, cuando el país estaba cerrado a cal y canto, muy pocos podían trabajar (solo los esenciales) y las escuelas y colegios clausuraron las clases. Las malas decisiones sobre las vacunas, influidas por la ideología y los amigos, no fueron tan letales para el Gobierno como aquella foto cumpleañera. Sin embargo, el pésimo e intencionado manejo de las compras de vacunas coloca al país en una situación de extrema vulnerabilidad ante la variante delta, que ya se asomó peligrosamente. El resultado de la gestión sobre la pandemia (es decir, sobre la vida y la muerte) es desolador. La Argentina figura entre los peores lugares del ranking mundial en materia de vacunación, de muertes y de contagios. La muerte, el bolsillo y los colegios son nervios vitales de la sociedad. Justo ahí el Gobierno hurgó. Y hurgó mal. El resultado fue el desastre electoral de ayer. No es que “algo hicimos mal”, como dijo anoche el Presidente. Casi todo se hizo mal.
El Gobierno fue derrotado en seis de las ocho provincias que renuevan senadores nacionales. Solo ganó las elecciones de senadores en Catamarca y Tucumán, y las perdió en Córdoba, Santa Fe, Mendoza, La Pampa, Corrientes y Chubut. Cristina Kirchner podría perder el quórum propio y la mayoría propia en el Senado, cámara que manejó en los últimos dos años como si fuera uno de sus hoteles. Es cierto que siempre tendrá a los “no alineados” (los que no responden al oficialismo ni a la oposición de Juntos por el Cambio), que son seis, pero tendrá que hacer el trabajo que menos le gusta: negociar, seducir, convencer. Se terminó el tiempo del ordeno y mando. En la Cámara de Diputados, donde nunca tuvo mayoría propia, se ampliará la brecha entre el oficialismo y la oposición. Esa cámara fue el único resorte institucional que frenó desde diciembre de 2019 los proyectos más desopilantes, como la reforma judicial. Ni Alberto Fernández ni Cristina Kirchner podrán gobernar en adelante sin el acuerdo de la oposición. Un tiempo más racional podría anticiparse.
Solo podría. Cristina Kirchner pertenece a esa clase de personas a las que le gusta doblar la apuesta. Es probable que lo intente, aunque seguramente volverá a perder. La era que se anuncia es mala para el Presidente. Aunque Cristina es tan culpable como él, lo cierto es que la vicepresidenta cargará toda la culpa sobre el jefe del Estado. Alberto Fernández cometió el error de no tomar distancia de ella; al revés, se convirtió al cristinismo, tal vez porque creyó en la leyenda mágica de que ella es imbatible. Se pasó diez años criticando el liderazgo de Cristina y terminó sometido a sus designios. Imposible un error político peor que ese. Si el Presidente se hubiera diferenciado a tiempo, hoy el oficialismo podría decir que tiene una alternativa distinta de Cristina. Ya es tarde. No la tiene. Lo que se avecina es un tiempo de fuertes presiones sobre el Presidente para que cambie ministros y políticas. Cristina no se resignará fácilmente a perder de antemano las elecciones generales de noviembre. No puede hacerlo. Su situación judicial es tan frágil que el peor remedio es la debilidad que se abatió anoche sobre ella.
En la oposición, se consolidó el liderazgo de Horacio Rodríguez Larreta con los triunfos de Diego Santilli en la provincia de Buenos Aires y de María Eugenia Vidal en la Capital. La lista de Mauricio Macri en Córdoba, liderada por Mario Negri, perdió. Pero Córdoba es Córdoba, puntualmente antikirchnerista, coherentemente particular. Negri es un político de décadas en Córdoba y sufrió en los últimos días una operación parecida a la que en 2005 tumbó en la Capital a Enrique Olivera. Fue el propio Rodríguez Larreta el que le pidió a Macri que participara en la campaña para frenar el drenaje de votos hacia los libertarios como José Luís Espert y Javier Milei. Macri se metió en la campaña. Sea como fuere, el expresidente saltó anoche frente al televisor y lanzó un solo grito cuando conoció los resultados: “¡Somos libres, somos libres!”. Macri se comprometió a que no será un estorbo para la elección del mejor candidato en 2023, que competirá con la previsiblemente débil formula del kirchnerismo.
La monumental derrota de ayer es mucho peor que la que se advierte a simple vista. El peronismo concurrió unido a la votación. No estaban Sergio Massa ni Alberto Fernández fracturando la oferta del justicialismo, como sucedió en 2013, en 2015 y en 2017. Estaban todos juntos. El fracaso los vapuleó a todos. Solo Florencio Randazzo, el más perspicaz de todos, entendió a tiempo que el destino no se escondía detrás de las faldas de Cristina.
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