Carolina Laice y Deolinda Afonso, dos chicas de 24 y 19 años, muy pronto le dirán adiós al paisaje mozambicano y, por un tiempo, a su lengua natal, el shangana. También adelantarán 5 horas sus relojes cuando arriben a Buenos Aires el 12 de enero. Su llegada a la Argentina es uno más de los mil proyectos que un sacerdote porteño tiene allí, en el continente africano. Esa tierra que hoy es el lugar en el mundo de Juan Gabriel Arias (53), que misiona en Mozambique desde el año 2000, pero se instaló definitivamente hace siete años. Una vez, en un viaje relámpago a nuestro país, contó que quería “morir allá”. Es que desde su aparición en la misión San Benedicto de Mangundze (una pequeña localidad ubicada a 240 kilómetros de Maputo, la capital, y a 35 kilómetros de Xai Xai, la sede administrativa de la provincia de Gaza), la realidad para sus pobladores, en un país con un 15% de católicos, cambió radicalmente. Y no sólo porque a todos los hizo hinchas de Racing, club que lleva tatuado -literalmente, junto a Jesús- en su brazo.
Con las dos muchachas que enviará este mes, ya son siete los jóvenes que vinieron a estudiar a la Universidad Católica Argentina por iniciativa suya. “El presidente de la fundación mozambicana Carlos Morgado es amigo mío. Ellos me dan becas para enviar jóvenes de mi parroquia a estudiar en Mozambique a algún instituto y a veces está la posibilidad de que lo hagan en la Argentina, por un proyecto de intercambio estudiantil que tenemos con la Universidad Católica Argentina, que los beca”. En esa institución académica, él cursó un Bachillerato en Teología y una licenciatura en Teología Dogmática.
Según el padre Juan Gabriel, la posibilidad de mandar más jóvenes a cursar en la UCA es cierta, pero existen dos escollos. “Un límite es conseguir familias que los adopten durante esos años de estudio, que se hagan cargo de sus gastos y vivan en la casa de ellos mientras dure la carrera”, cuenta.
El otro obstáculo es que debe pagar 910 dólares en gastos de visa de estudiante y sellado por cada uno que viaja. Y ese dinero sale de su bolsillo. Por ese tema hizo un pedido formal a la embajada argentina en Maputo, la capital de Mozambique, que a su vez negocia con Cancillería algún tipo de exención. “Al menos para la visa de estudiante, que son 600 dólares. Hasta ahora pagué todas las visas. Tengo gente que me ayuda, pero si ahorro ese dinero, lo puedo destinar a otros proyectos”, confía el sacerdote.
El padre Juan Gabriel explica que su idea es hacer un acuerdo que continúe en el futuro. “Sería como una ayuda humanitaria que la Argentina le da a Mozambique. Que no les cobre para ir a estudiar. Además, esos jóvenes vivirían durante un tiempo en Argentina, consumen allá. La gente de la embajada, Andrés (Ventafridda, Encargado de Negocios) y Agustina (Mignone, Cónsul), siempre tiene la mejor predisposición y me ayudan con los proyectos de la misión”.
Dice el sacerdote que con la colaboración de la Embajada Argentina mejoró, por ejemplo, una casa del hospital local destinada a las parturientas que viajan desde largas distancias para tener a sus hijos en un entorno sanitario lo más adecuado posible. La parroquia donde está destinado tiene 44 capillas, la más lejana a 90 kilómetros, sin caminos de asfalto, todo tierra y arena, que sortea gracias a una camioneta que le donó el Papa Francisco, con quien tiene una gran relación. “Es la ‘Casa de las Mamás’, como le decimos. Cuando están cerca del parto, traigo a las mujeres y viven en esa casa mientras esperan el nacimiento. Estaba en ruinas y la Embajada la rehabilitó. También enviaron un ingeniero agrónomo para que las comunidades aprendan a sembrar. Hay un compromiso de ellos con la Misión y el trabajo social”.
Carolina será, hasta que viaje, la secretaria de la parroquia: “Es la que anotaba los bautismos, ayudaba en los proyectos, como por ejemplo el que tenemos de venta de arroz subsidiado. Y voy a lamentar su partida, pero pienso en su futuro. Yo me las voy a arreglar. Ella iba a viajar antes del COVID, ya estábamos sacando el pasaje, pero hubo que posponer todo”, relata. A la otra chica, Deolinda, la propuso la doctora Marcela Tomassi, una médica argentina que trabaja desde hace años en Mozambique. “Ella me ayuda mucho en la Misión, Deolinda es su ahijada. De los gastos del viaje y demás trámites se encargó la doctora. Y también de conseguirle la familia que la recibirá en la Argentina”.
“La idea es que estudien, se preparen y vuelvan, pero en Argentina puede pasar algo, como que se pongan de novias o consigan un trabajo que les guste, y no está en nosotros cortarle las posibilidades a nadie. Pero siempre la idea es que apliquen los conocimientos que adquieren acá…”, explica.
Antes de viajar, ambas estudiaron un poco de castellano. “Carolina sabe más porque era mi asistente. Cuando vinieron médicos argentinos, mexicanos o españoles a la misión, les hacía de traductora del shangana, se maneja bastante. Y Deolinda también, la doctora Tomassi le enseñó. De todas formas, la UCA les ofrece cursos de castellano los primeros uno o dos años de instrucción. En última instancia, entre el portugués que se habla en Mozambique y el castellano no hay tanta diferencia”, acota.
El cura lamenta que la presencia de médicos en la misión se haya detenido a partir del 2020. “El COVID cortó también esos viajes. Ya logramos que se hicieran 500 operaciones”.
Los dos primeros alumnos que envió, Jossias y Larcio, ya regresaron a Mozambique. Ambos se recibieron de licenciados en Ciencias Políticas y en Relaciones Internacionales, estudiaron las dos carreras. “Uno de ellos se enamoró en la Argentina y vino con su novia ya como mujer oficial. Y acá es sensación, porque no es común que un mozambicano se ponga de novio con una blanca. Hay más casos de extranjeros con mozambicanas que al revés. Lo normal es que el extranjero sea varón”, cuenta.
En este momento hay tres alumnos y alumnas de Mangundze en la UCA: Rivaldo, otra chica llamada Carolina y Mercilavia. El primero cursa Diseño Publicitario, la segunda, Enfermería y la restante, Ciencias Políticas. El 28 de enero del 2020, justo antes que el COVID-19 fuera declarado pandemia, Juan Gabriel llevó al aeropuerto a la última de las alumnas que envió por el convenio con la UCA. Era Mercilavia, a quien todos conocen como Rafita, que tenía 19 años entonces y es hija de Vilma Soto, la mujer que lo ayuda con los quehaceres domésticos de la casa que tiene junto a la iglesia, que está pintada -al igual que la Parroquia de la Natividad en Barracas- con los colores celeste y blanco de Racing Club.
Lo más difícil, asegura, es la selección de los chicos. “Trato de no ser injusto, porque todos necesitan y tienen derecho a estudiar. Todos piden. Yo tengo amistad con el director de la escuela secundaria de la zona. Primero elijo a jóvenes que trabajan en la parroquia, que puedo garantizar que son buena gente, que van a estudiar de verdad. Y con el director observamos que sea buen alumno”. El padre Juan Gabriel sabe que su decisión puede ser determinante para el futuro de muchos chicos, no sólo de los elegidos. “Mozambique tiene la tasa más alta de suicidio de adolescentes de entre 15 a 22 años, y eso es por falta de esperanza, de futuro, de no tener trabajo ni estudiar. Es muy complicado….”, admite.
Mientras tanto, allá en la Misión de Mangundze la vida continúa. Y la pandemia, en África, se vive de forma muy distinta: “El mes pasado, Mozambique tenía solo un 2% de personas vacunadas con una dosis. Calculo que, como mucho, ahora será el 5%. La vacunación es muy lenta. Casi todos los que se vacunaron viven en las ciudades, en el campo el porcentaje es menor todavía. De manera muy extraña hay una reticencia a la segunda vacuna, piensan que con una basta. Y mucha gente, directamente no se quiere vacunar. Yo pienso que por ignorancia. Si alguien quiere hacerlo y es mayor de edad, puede acceder. Pero muchos ni se enteran, ni saben de la necesidad. Es que no tienen electricidad, ni radio, ni tele, ni nada….”
Una de las razones del número tan bajo de inoculados es que “el gobierno no compró ninguna vacuna; todas vinieron por el sistema COVAX de la OMS”. “También se habilitó a privados para que compren a nombre del país. Si una empresa quería vacunar a sus empleados, por ejemplo, compraba y lo hacía, pero un 15% de las dosis quedaban para el gobierno. Argentina donó 450 mil dosis de Astrazeneca”, señala.
Él mismo se aplicó la Covishield, la variante india de Astrazeneca, y cuando visitó el Vaticano en agosto recibió la dosis complementaria de Johnson & Johnson. Pero no sabe si alguna vez tuvo COVID: “Que yo sepa no, pero capaz que sí y fui asintomático. Tampoco se hacen muchos testeos. El lugar más cercano para hisopar desde donde estoy queda a 20 kilómetros”.
Por ahora, la situación con la variante Omicron es bastante similar al resto de los países, y los remedios son en general caseros: “Está haciendo desastres con los contagios, pero atacando leve, como una gripe. Hay mucha gente enferma, pero no hay antibióticos. Van al hospital y les dicen que agarren una olla de agua hirviendo, que le metan eucalipto y aspiren ese vapor como si fuera una nebulización”.
El sacerdote esboza una hipótesis sobre esa desidia: “A veces me pregunto por qué no cerraron nada con este nuevo Omicron y quedaron las mismas normas de antes. Sospecho que el gobierno, por la cercanía con Sudáfrica, al ver que el virus no era tan mortífero pensó que lo mejor era que se contagie la población y se inmunice”.
Por ahora, dice, en aquel país del este africano hay “entre 10 y 20 muertos por día” a causa del COVID-19.
El resto de los proyectos de la misión de San Benedicto siguen normalmente, excepto el de darle desayuno a los chicos -lo que consigue gracias a la colaboración de la Fundación Messi-, “porque están en el mes de vacaciones y nosotros se lo entregamos a la escuela”, señala Arias. Lo más novedoso que encaró ahora fue la construcción de casas de material para gente sin techo, o que vivía en chozas de barro y paja. “Son, por ejemplo, para mamás viudas, a las que la familia las abandonó. Les hacemos habitaciones de ladrillo, de material, con un bañito atrás, algo sencillo. Construirlas sale 500 dólares, y tengo amigos en Maputo y en Argentina que ayudan y donan para levantarlas. Por el momento hacemos una o dos casas por mes. Vamos lento, pero la infraestructura de la parroquia no es tan grande”, admite.
Como sea, y contra cualquier adversidad, la obra del padre Juan Gabriel Arias en Mozambique continúa. Una buena noticia en un continente tantas veces olvidado por todos.