Parece ayer cuando el resultado electoral mezquino de noviembre por apenas algo más de 2 puntos dejó a Sergio Uñac en un lugar desteñido entre los que habían mostrado credenciales para saltar al timón nacional. Prehistoria, a sólo tres meses de distancia.
Aquel poster de gobernadores que el sanjuanino logró reunir con puntería política y excusa deportiva para el partido contra Brasil en noviembre fue notoriamente una presentación formal de credenciales en el tablero nacional. Por si hacía falta alguna más, en medio de la visible gestualidad de Sergio Uñac por ocupar un espacio de reserva en una escena nacional que cultiva el apetito por la aparición y descarte fugaz de referentes, potables, candidateables.
La última, hace bien poco: fue la decisión de ordenar un inmediato despliegue de fuerzas materiales y humanas en el combate del fuego en Corrientes. Fueron autobombas y bomberos antes que la mayoría, a territorio de un gobernador colega como Valdez con la particularidad de ser de signo político diferente.
No era el mejor contexto aquel de un par de meses atrás: las urnas habían sido difíciles, lo mismo en realidad que para todo el arco oficialista. Pero el sacudón primero de la carta de CFK y ahora el terremoto desencajado por Máximo puso todo patas para arriba. Lo que era ya no es más, los que pintaban deben volver a sacar el lápiz, ninguno asoma la nariz a riesgo de ser cortada.
En medio de un calendario al que no lo sobran demasiadas hojas: está a la vuelta de la esquina la Paso nacional (18 meses). Y encima cualquier rosca política consecuente con esos tiempos debe ocurrir a buen resguardo, a riesgo de implicar pecado mortal en la escalada antipolítica de las redes.
Ojo, a no dejarse engañar. Ya ocurrió en el país eso de escrachar a dirigentes políticos sólo por serlo. Fue en el 2000, cuando las hordas los corrían por los pasillos, por las calles de San Juan inclusive. Y como alguien tiene que tomar decisiones desde un cargo político, sucedió que irrumpieron los “no políticos”: el resultado puede auscultarse hoy con facilidad para quien tenga sinceras ganas de hacerlo. Llegaron al país y a la provincia también los “no políticos” al inevitable ejercicio de la política. Muchos de ellos, con una década de funcionarios, siguen hablando de “ellos” cuando se refieren a los “políticos”.
Volvamos. Si uno preguntara hoy quien sería el candidato peronista que mejor se perfila como presidenciable 2023, probablemente pueda escucharse el canto de los grillos de fondo. El presidente Alberto Férnandez levantó la mano por acto reflejo e instinto de subsistencia, el kirchnerismo no logra exhibir un postulante que exceda el piso del espacio (que no es bajo, pero nunca alcanza), a Sergio Massa se le complica la palanca con Máximo, con la que siempre soñó como trampolín para llegar.
Quedan los gobernadores, los de la foto de San Juan. Una liga sin más liderazgos nítidos que el de Sergio Uñac, muchas veces despreciada ante el escaso poder de fuego de sus integrantes en el mainstream de medios. Pero que son los que llevan el pulso de la gestión, los que ponen la cara en el territorio y conocen padecimientos como nadie.
En la perinola en la que se viene sacudiendo el oficialismo en el país no hay espacio para las sentencias contundentes: Todo está en construcción, no hay candidato puesto, ni obvio. Solamente hay una fuerza motriz evidente: para resultar competitivos frente a una oposición que sí tiene postulantes visibles (el porteño Larreta, el más firme), hay una secuencia a respetar como carta de presentación excluyente: debe ampliar horizontes del espacio propio, primero; y debe reunir la aprobación manifiesta, o al menos gestual, de todos los espacios políticos interno.
Empezando por el kirchnerismo, piedra angular sobre la que se apoyó el acceso de Alberto y que conserva poder de fuego suficiente para avalar o vetar cualquier iniciativa o postulación. Pero que aparece cada vez más arrinconado por sus raptos de “yo o el abismo” con el que parece autoflajelarse a la marginalidad, en lugar de presentarse como carta de mayorías.
Sergio Uñac no está excluido en ninguno de esos planos. Ni de contar con el aval por acción u omisión de todos los espacios políticos y, mucho menos, de ampliar el horizonte peronista. Con toda el agua que queda para que pase por debajo del puente. Por lo que sería un riesgo grosero anularlo en la grilla de partida. Más aún, con la velocidad con la que cambian las cosas puesta en evidencia en la vuelta de campana que ha dado el oficialismo nacional en los últimos meses.
Puede pasar que la economía argentina reverdezca luego del acuerdo con el FMI, como postula el presidente. Si consigue llenar los bolsillos de oportunidades de consumo será difícil desplazarlo de la chance de una reelección. El lector entenderá si esa vena económica de indisimulablemente impacto en la política se encuentra cerca o lejos.
Puede pasar que el kirchnerismo se encuentre fatigado de respaldar a segundas marcas, como lo fue Albero o podría ser Massa, si es que luego no abandona su pretensión de controlarlo. Y decida lanzar al ruedo a un pura sangre: no hay más nombres que Kicillof –con vida política aún en Buenos Aires, aunque arrastrando una derrota difícil-, aunque apareció una opereta con Wado en cartelería porteña. Y hasta nadie descarta que la propia Cristina salga a poner la cara: es su mejor carta, indiscutible. Pero otra vez lo mismo: no les alcanza.
O puede ocurrir que nazca alguna opción intermedia entre albertismo y gestiones provinciales. En esa franja aparece algún posible presidenciable de puro del presidente –que aún no asoma- o alguno de los distritos. Entre quienes los nombres más renombrados no salen entre Juan Manzur y Sergio Uñac. Una carambola con peronistas fatigados o alejados como el cordobés Schiaretti, que amaga pero la tiene complicada hasta en su provincia.
Entre ellos, la variable de éxito dependerá de aquellos dos factores iniciales: cuál de todos consigue ampliar más la frontera del peronismo puro, y cuál de todos consigue caer más simpático a ese mismo peronismo, buena parte identificado con la letra K. Parece contradictorio, no lo es.
Lo atípico del proceso es que parece ser una larga y paciente procesión a lugares expectantes, con poca definición sino justo antes del disco de sentencia. Por lo tanto, el principal entretenimiento será en los aprontes. En las presencias, decir sin decir, amagar o quedarse, aparecer o no en la foto.
Para Uñac, será un trabajo de imaginación pensar cómo combinarlo con sus planes en San Juan. Que también los tiene –seguramente con hipótesis A, B o hasta C-, y deberá operarlos en simultáneo a la mirada de reojo sobre el tablero nacional.
Pero esa será otra historia. Nada de todo esto tendrá sentido si se atraviesa el umbral de tercera guerra con que coquetea el mundo en estos días.