Doctora Norma Noemí Ledesma
Investigadora del Instituto Nacional Belgraniano
PERÍODO VIRREINAL
Belgrano fue un verdadero pionero en promover el rol social de la mujer en el Río de la Plata. En su cargo, como Secretario Perpetuo del Real Consulado de Buenos Aires (1794-1810), a través de las Memorias anuales se ocupó del tema y también a través de artículos en el Correo de Comercio.
No debemos olvidar en cuanto a la promoción de la educación, la acción de los jesuitas, quienes no solo se ocuparon de la evangelización del indígena, sino que también fueron los encargados de la educación en el período hispánico, hasta su expulsión en 1767. Las misiones jesuíticas se sostuvieron económicamente gracias al trabajo de toda la comunidad, tanto hombres como mujeres.
Imagen: “Manuel Belgrano”. su formación e ideas, Arq. Carlos Moreno.
En España, los pensadores de la Ilustración Española se interesaron por la educación de la mujer. También se vio reflejado en reales cédulas. Así, Carlos III, dictó, para las niñas el “Reglamento para el Establecimiento de Escuelas Gratuitas en los barrios de Madrid”.
Belgrano, en la Memoria “Medios generales de fomentar la agricultura, animar la industria y proteger el comercio en un país agricultor”, leída en la sesión de la Junta del Consulado del 15 de junio de 1796, formuló un verdadero plan educativo, proponiendo la creación de escuelas: en primer lugar, escuelas gratuitas de primeras letras para niñas y para niños, de agricultura, hilaza de lana, de comercio, de dibujo y de náutica, Muy pocas de estas escuelas lograron establecerse, entre ellas: la Escuela de Dibujo y una Academia de Náutica.
El proyecto de Belgrano comprendía una enseñanza de primeras letras (hoy en día enseñanza primaria) pública, gratuita y obligatoria para niñas y niños. Fue el gran promotor de la escuela primaria en el Río de la Plata. Los contenidos de estudio incluían los principios de la religión católica. Sarmiento, fomentó posteriormente en la República Argentina la educación primaria pública, gratuita, obligatoria y laica. La realidad política, económica y social había experimentado grandes cambios. Se fomentaba la llegada de la inmigración europea, que comprendía personas que profesaban diferentes cultos. El laicismo es un movimiento que lo ubicamos principalmente en nuestro país a partir de la década del 80.
Belgrano, en cuanto a la enseñanza de las primeras letras, en la Memoria del 15 de junio de 1796, propuso lo siguiente:
“Igualmente se deben poner escuelas gratuitas para las niñas, donde se les enseñe la doctrina cristiana, a leer, escribir, coser, bordar, etc. y, principalmente inspirándoles el amor al trabajo para separarlas de la ociosidad, tan perjudicial o más en las mujeres que en los hombres […]”.
Ello les permitiría reunir el dinero necesario para la dote y acceder al matrimonio y ser madres de familia. Es una constante en el pensamiento belgraniano la valorización de la educación y el trabajo, que alejan de la ociosidad, generadora de los vicios.
Continuaba:
“Debía confiarse el cuidado de las escuelas gratuitas a aquellos hombres y mujeres que, por oposición, hubiesen mostrado su habilidad y cuya conducta fuese de público y notorio irreprensible; además de que dos de los señores consiliarios que se comisionasen por esta Junta, debían ser los inspectores para velar sobre las operaciones de los maestros y maestras”.
Es decir que no solo fomentaba la educación de niños y niñas, sino también que los educadores fueran hombres y mujeres.
Belgrano en un artículo del Correo de Comercio, del 21 de julio de 1810, destacaba la necesidad de que la política generara buenas costumbres esenciales en el Estado y que esa era tarea de la mujer. Al mismo tiempo destacaba la necesidad de educarla:
“¿Pero cómo formar las buenas costumbres y generalizarlas con uniformidad? Qué pronto hallaríamos la contestación, si la enseñanza de ambos sexos estuviera en el pie debido? Mas por desgracia el sexo que principalmente debe estar dedicado a sembrar las primeras semillas lo tenemos condenado al imperio de las bagatelas y de la ignorancia. El otro adormecido deja correr el torrente de la edad y abandona a las circunstancias un cargo tan importante”.
Agregaba:
“La naturaleza nos anuncia una mujer; muy pronto va a ser madre y presentarnos conciudadanos en quienes debe inspirar las primeras ideas, ¿y qué ha de enseñarles, si a ella nada le han enseñado? ¿Cómo ha de desenrollar las virtudes morales y sociales, las cuales son las costumbres que están situadas en el fondo de los corazones de sus hijos?
¿Quién le ha dicho que esas virtudes son la justicia, la verdad, la buena fe, la decencia, la beneficencia, el espíritu y que estas calidades son tan necesarias al hombre como la razón de que proceden?”
Es decir, que promovió lo que hoy en día denominamos “la educación en valores”, tan importante a nivel individual y social.
No nos hemos de extender en el tema, simplemente señalamos que existía una única escuela pública en la Capital del Virreinato, que se llamaba San Miguel y correspondía al Colegio de Huérfanas. Es tal la importancia que le otorgó a la educación de las niñas, que la consideró prioritaria en relación al establecimiento de una universidad:
“Séanos lícito aventurar la proposición de que es más necesaria la atención de todas las autoridades, de todos los magistrados y todos los ciudadanos y ciudadanas para los establecimientos de enseñanza de niñas, que para fundar una universidad en esta Capital, porque tanto se ha trabajado y tanto se ha instado ante nuestro Gobierno en muchas y diferentes épocas.
Con la universidad habría aprendido algo de verdad nuestra juventud en medio de la jerga escolástica y se habría aumentado el número de nuestros doctores, ¿pero equivale esto a lo que importa la enseñanza de las que mañana han de ser madres? ¿Las buenas costumbres podrían de aquel modo generalizarse y uniformarse? Es indudable que no, y para prueba no hay más que trasladarse a donde hay universidades y no hay quien enseñe al bello sexo”.
Retomando el hilo de nuestra exposición, debemos mencionar que después de esta enseñanza de las primeras letras (que se extendería hasta los 10 años), en el caso de las jóvenes de los sectores populares se incorporarían al “mundo del trabajo”. Las mujeres desarrollaban los “oficios mujeriles”, es decir: hilanderas, tejedoras, costureras, planchadoras, panaderas, etc.
Por otra parte en la Memoria de 1796 también propuso el establecimiento de escuelas de hilazas de lana para ambos sexos, dentro de su plan de enseñanza de oficios. Si bien el proyecto de crear “escuelas de hilazas de lana” no prosperó, Belgrano, en su interés por promover la educación de la mujer y brindarle posibilidades de empleo, estimuló la enseñanza de oficios “mujeriles”, a través de premios. Se decidió otorgar premios a las mejores hilanderas del Colegio de San Miguel Arcángel, de niñas huérfanas, por Acta del Consulado del 14 de octubre de 1797. El primer premio estaba destinado a una niña mayor de dieciséis años y el segundo a una menor de esa edad. Ascendían a 30 y 40 pesos fuertes y se exigía “una libra de algodón, hilado igual, delgado y pastoso”. En Acta del 22 de diciembre de 1798, se asignaron los premios a María Jesús y Eugenia López y se archivaron las hilazas, como constancia de su trabajo.
En la Memoria “Utilidades que resultarían a esta provincia y a la Península del cultivo del lino y cáñamo, modo de hacerlo: la tierra más conveniente para él; modo de cosechar esos dos ramos y, por último, se proponen los medios de empeñar a nuestros labradores para que se dediquen con constancia a este ramo de agricultura”, de 1797 se ocupó del cultivo del lino y del cáñamo, que eran promovidos por la Corona en sus dominios, dado que contaba con una escasa producción por lo cual debía recurrir a importarlos de otros reinos.
En esta Memoria señalaba la situación de muchas familias, que se veían afectadas por la introducción de textiles de la Península. Estos habían “privado a las infelices mujeres de este único medio que tenían para subsistir”. Y, si bien no se mostraba contrario a la libre introducción de artículos europeos, que eran más baratos que los nativos, propuso que las mujeres desarrollaran otros ramos “en que entretenerse”:
“El lino y el cáñamo, como ya he dicho, tienen operaciones varias, y muchas de ellas pueden ejecutarlas las mujeres y en efecto la ejecutan en los países en que se cultivan estos ramos y se fabrican sus materias, como yo lo he visto en Castilla, León y Galicia, sin contar con los demás países en que se hace lo mismo, según lo atestiguan los autores economistas”.
Belgrano no solamente se ocupó del papel de la mujer de los sectores populares, sino que también atendió la situación de la mujer de los sectores más favorecidos. En un artículo del Correo de Comercio “Señores editores del Correo de Comercio”, del 28 de abril de 1810, que continuó en el próximo número del 5 de mayo de 1810, firmado como “La amiga de la suscriptora incógnita” utilizó la modalidad de una carta dirigida a los editores para volcar su pensamiento acerca de la participación de la mujer en la sociedad.
Observamos el ingenio al que debió recurrir Belgrano para darle en esta época tan temprana una “voz a la mujer”, presentándola como “la amiga de la suscriptora incógnita”. Mostró una ávida lectora, interesada en temas sociales siguiendo el modelo de las “sociedades cultas”, que coincidía con los planteos del Correo de Comercio.
Si consideramos que recién en la década de 1830 aparecieron las primeras revistas escritas por mujeres en el Río de la Plata y que sus autoras se quejaban porque las llamaban “mujeres públicas” en lugar de denominarlas “publicistas”, advertimos el pensamiento totalmente innovador de Belgrano.
Por razones de extensión de este artículo no podemos extendernos en el tema, simplemente hemos de señalar que proponía que las mujeres socorrieran a los pobres a través de Juntas de Caridad, como las que funcionaban en las parroquias de Madrid. En ellas se atendería no solo a la salud sino también se ocuparían de la enseñanza de oficios a las mujeres. Dado que todas las parroquias tenían hermandades con títulos de Dolores y Ánimas, del Carmen y Ánimas, estas deberían agregar la tarea de caridad y “socorrer a los vivos”:
“Con el producto de las limosnas, que deberán depositarse en los tesoreros de las Hermandades podrían establecerse escuelas para las niñas pobres, donde aprendiesen a leer, escribir, coser, etc., y así mismo otras para enseñarlas alguna especie de industria, igualmente que a los niños pobres, porque estos ya tienen escuelas de primeras letras, sustentadas por el Excelentísimo Cabildo en todas las parroquias de esta capital, como vuestras mercedes saben.
Del mismo modo se podrán comprar lana, algodón y algunas otras materias primeras, para dar que trabajar a los pobres y con el producto de sus manufacturas socorrerlos hasta ponerlos en estado de no necesitar esos auxilios”.
En estas palabras de la supuesta “suscriptora incógnita” se encuentra claramente expresado el pensamiento belgraniano. Propuso la acción caritativa de los que formaban parte de las Hermandades. Esta estaría destinada a la asistencia de los pobres, más allá de los ejercicios devotos. Para combatir la pobreza se debería recurrir a la educación y al trabajo. Destacó la acción de los curas párrocos, en lo que hoy en día denominamos “el papel social de la Iglesia”.
Entre otras cosas, la “suscriptora incógnita” señalaba la necesidad de no ser considerada una “bachillera”, es decir con un saber meramente teórico sino que conocía el espíritu de los habitantes y el carácter de los hombres ricos. Cuántas veces Belgrano al exponer su programa de reformas frente a los consiliarios, que solo respondían a sus intereses particulares según las palabras del prócer, se habría tenido que excusar diciendo que su conocimiento no era meramente teórico. Tengamos en cuenta que Belgrano, como Secretario Perpetuo del Real Consulado de Buenos Aires, se interesó por el país y sus gentes, y se puso en contacto con los diputados de los Pueblos, a fin de llevar a cabo una gestión que atendiera a la realidad del Virreinato del Río de la Plata.
Es decir, que Belgrano buscó que la mujer no estuviera reducida al ámbito puramente doméstico, sino que también se insertara en un rol social. Las mujeres de los sectores populares, a través de la educación durante los primeros años y después incorporándose al mundo del trabajo (aprendizaje de oficios mujeriles) y las mujeres de la elite, luego de haberse educado, desempeñando tareas, que hoy en día denominamos sociales, en las parroquias, brindando asistencia y educación a las mujeres pobres y alentándolas en sus trabajos.