¿Por qué este escrache sí y otros no? Preguntó una periodista de Tiempo de San Juan. Este escrache se transformó en un hecho social. El testimonio de una joven en sus redes sociales le abrió la puerta a cientos de mujeres que según revelaron, sufrieron acoso sexual, abuso y situaciones deshumanizantes en manos de un grupo de jóvenes de familias influyentes de la provincia. La dimensión que cobraron los escraches llevó a que la Justicia actuara de oficio y a que uno de los apuntados pida perdón público en las redes.
Hechos sociales como el que se destapó este martes 8 de marzo remueven las estructuras de clase y en San Juan, el refrán popular “del que todos se conocen”, se cristaliza, generando una bola de repercusiones. Por un lado, los defensores de los apuntados, entre los que se incluyen familias, amigos, conocidos y hasta socios de negocios. Por el otro, una masa social que espera con cuchillo y tenedor la oportunidad de destripar el privilegio que siente que los oprime. Y no hay que olvidar: repercusiones que se transformaron en comidilla de la misma clase social a la que pertenecen los apuntados.
La publicación de este escrache tiene nombre y apellido y esta es otra de las razones por las cuales pudo ser publicado y también, otra de las causas por las cuales pasó la bisagra de las redes sociales para instalarse en el debate de lo público.
En el medio de la ola de testimonios, también hubo denuncias sistemáticas para bajarle los perfiles de Twitter e Instagram a quien inició los escraches. La joven dio su consentimiento a los pocos medios que publicaron el hecho para que así lo hicieran y se ampara en la viralización como herramienta de protección ante las amenazas que denunció sufrir.
La incredulidad en el peso de la justicia sobre los hijos del poder tiene un antecedente en el pasado sanjuanino. Se trata del caso de El Pinar, ocurrido en 1989. Francisco Merino, Fernando Aguirre, Sergio Quintana, Alejandro Orozco, Gustavo Centeno, Marcelo Gallardo, Sergio Landa, Sergio Brazzolotto, Juan Antonio González, Andrés Di Febo, Alfredo Landa y Alfredo Gómez fueron quienes participaron de la doble violación de El Pinar, todos apellidos conocidos en la provincia y de cierto prestigio en algunos círculos sociales.
Las jóvenes víctimas además de sufrir en sus cuerpos la tortura de la violencia sexual, padecieron el dedo acusador de la sociedad sanjuanina, que prefirió castigar a las chicas antes que a la bestialidad de la manada de chicos de sweater al cuello.
En cuanto a la Justicia, Gallardo, Landa (Sergio), Brazzolotto y González, fueron condenados por violación, pero cumplieron su sentencia en libertad por ser menores. Muy convenientemente Merino, Di Febo, Landa (Alfredo) y Gómez pasaron algún tiempo en prisión, pero quedaron en libertad por oportunos beneficios judiciales. Y finalmente Aguirre, Quintana, Orozco y Centeno, nunca fueron atrapados y todavía continúan prófugos de la lenta justicia sanjuanina.
Los escraches se transformaron dentro del movimiento feminista en una herramienta fuera de la Justicia punitivista tradicional, surgieron como un castigo social y colectivo ante la escasa repercusión que tenían los casos dentro de los Tribunales argentinos a principios del 2000.
Hay sectores del feminismo que aseguran que los escraches funcionan como una forma de devolver la vergüenza. El miedo a contar que envuelve a las mujeres que fueron víctimas de un abuso sexual baja y posibilita en sentir cierto respaldo en las redes, respaldo de grupos de mujeres que se forman alrededor de la protección a una víctima.
Pero, así como están quienes le hacen culto al “yo te creo”, también está la mirada de un otro que invalida el escrache ante la no formalización de las denuncias. ¿Hay escraches malintencionados que estigmatizan a personas inocentes? La respuesta sí, porque la maldad y el oportunismo no distingue género.
La reconocida antropóloga feminista Rita Segato se pregunta: ¿puede el punitivismo, frente a la impunidad, ser una forma de “justicia popular”? No hay una solución simple, dice la especialista. Y explica que la única forma de reparar las subjetividades dañadas de la víctima y el agresor es la política, porque la política es colectivizarte y vincular.
¿Los relatos sin rostro son suficientes? Quizá para las víctimas sí, pero en términos colectivos no generan cambios. ¿Cuesta confiar en una Justicia que se ha mostrado históricamente con una doble vara evidente? Si. Pero el escrache es un acto de habla y las estructuras patriarcales a perforar son las del campo público y para que ello suceda, hay que llevar el acto de habla a los tribunales.