En san Juan todas las semanas es noticia en los portales y diarios las cantidades de abusos sexuales a menores. Pero sorprende mucho más las suaves penas que se les da a estos despreciables seres.
Es sabido por toda la sociedad que los abusos dejan secuelas irreversibles.
Las secuelas de los abusos sexuales a menores
Son muchos menos los que salen a la luz por el silencio del menor, el ocultismo de muchas familias, la dificultad del diagnóstico y la falta de un registro nacional que no ofrecerá datos precisos hasta 2006. Para evitar las graves secuelas de este tipo de maltrato, que afecta tres veces más a las niñas que a los niños, hace falta descubrirlo a tiempo y que los niños sean tratados por expertos y reciban el apoyo de la familia.
“Si no se vence el abuso, pueden aparecer dos secuelas que pueden durar toda la vida: una deficiente imagen personal, con sentimientos de culpa y de inseguridad en sí mismo, y una incapacidad para sentir confianza en los demás. Hay personas que no lo superan en la vida. Muchos casos se exteriorizan cuando ya son adultos. Por ejemplo, una madre de unos 40 años que acudió a consulta porque su hijo de 10 años abusaba de la pequeña de cinco años, reveló que ella también había sufrido abusos en su infancia y nunca se lo había dicho a nadie”, apunta María José Mardomingo, jefa de Psiquiatría Infantil del hospital Gregorio Marañón de Madrid.
Las víctimas deben ser atendidas por expertos y no ser sometidas a muchas exploraciones
Los niños pueden manifestar trastornos somáticos, angustia, depresiones y ansiedad
Se producen abusos sexuales cuando se da “una situación en la que un niño, que no es capaz de entender lo que está ocurriendo, es utilizado para la obtención de placer sexual de una persona, generalmente adulta, pero siempre y en cualquier caso, en situación de superioridad sobre el menor”, describe Jordi Pou, responsable de la unidad de Abusos Sexuales del hospital infantil Sant Joan de Déu, de Barcelona. Pueden ir acompañados de todo tipo de prácticas sexuales activas o pasivas, pero los tocamientos son lo más frecuente porque no dejan huella.
¿Cómo reacciona el niño? Hasta los cinco o seis años de edad, y siempre y cuando no haya dolor físico, el menor piensa que esa situación es normal y ni siquiera siente rechazo hacia el adulto. De los seis a los nueve sienten una sensación de inseguridad, de desagrado, y toman conciencia de que lo que ocurre es algo secreto y diferente. A partir de esta edad puede aparecer daño psicológico. Manifiestan temor, ansiedad, nerviosismo, miedo a quedarse solos, pero no tienen capacidad de reaccionar ni enfrentarse al abusador. Entre los 9 y los 10 años, la situación varía y evitan las situaciones en las que puede producirse el abuso.
“Si el abuso es extrafamiliar y existe un nivel de confianza y diálogo fluido entre hijos y padres, los niños son capaces de verbalizarlo muy pronto. Cuando no pueden expresarse y el abuso se repite hasta entrar en la adolescencia, la víctima puede presentar trastornos psicológicos graves, como intentos de suicidio o comportamientos autolíticos, que consisten en hacerse daño a sí mismos con cortes o rascaduras, para llamar la atención”, sostiene Helena de Mariana, psicóloga y profesora de un máster de psicología forense y clínica de las universidades Complutense y Autónoma de Madrid, respectivamente.
A juicio de esta psicóloga, con cerca 20 años de experiencia en un Centro de Atención a Víctimas del Abuso Sexual (CAVAS) de la Comunidad de Madrid, la reacción de los familiares del menor cuando se descubre el abuso puede causar mucho daño o mucho beneficio, y es una de las variables que más influye en la recuperación: “En general, y sin proponérselo, la familia interroga al niño y de alguna manera le culpa porque no les ha comunicado antes el hecho. También se emiten mensajes de odio y resentimiento contra el abusador”, dice la experta.
En el abordaje terapéutico de los abusos leves (cuando suceden uno o pocos episodios aislados, las prácticas sexuales no son muy implicativas y los protagoniza una persona de fuera del entorno familiar), se imparten a los niños unas charlas explicativas para desculpabilizarlos y explicarles por qué ha sucedido ese hecho. En los graves (cuando el abuso dura más de dos años, es cometido por una persona muy cercana, sobre todo por el padre, y la reacción de la familia es negativa al descubrirse), los niños pueden manifestar trastornos de tipo somático, de angustia, de ansiedad, terrores nocturnos o depresión. Cuando hay sexo oral o penetración el niño se expone a sufrir además enfermedades de transmisión sexual.
Entre los 13 y los 14 años, y antes de que se inicien en la sexualidad, se debe realizar una intervención preventiva a todos los menores que hayan sufrido abusos sexuales para evitar que aparezcan disfunciones en el comportamiento sexual. Además, si no se realiza esta labor aumenta la conflictividad en la adolescencia.
La situación de incesto entre padre e hija tiene unas características que la diferencian del resto de los abusos y en el que el abusador desarrolla una relación especial, basada en el afán de dominio. El padre incestuoso tiene, en la mayoría de los casos, fácil acceso a la niña, suele empezar a practicar los abusos cuando la hija es muy pequeña (alrededor de los cuatro o cinco años) y los repite hasta los 18, 20 o 25 años. El abuso acaba muchas veces cuando la joven se marcha de casa y, si permanece en el hogar y no puede expresarlo, la salida es, con frecuencia, el suicidio.
¿Cómo deben actuar los padres? Si la sospecha está suficientemente fundamentada, lo mejor es denunciarlo. El sistema judicial se encarga de poner en marcha el proceso, en el que trabajan personas especializadas. Si no hay datos suficientes que confirmen el abuso, lo más acertado es acudir a los servicios sociales del municipio, que disponen de expertos e informarán de todos los pasos a seguir.
Los especialistas consideran que es mejor que los padres no interroguen al menor, porque emocionalmente son los menos indicados. Sin embargo, es su responsabilidad buscar la ayuda de un profesional. En cualquier caso, la pauta es intentar seguir con la vida normal, apoyar al menor y proporcionarle tranquilidad y confianza. “Los menores abusados deberían ser tratados por un profesional experto, psicólogo clínico o psicólogo forense, y no sufrir demasiadas exploraciones por parte de la policía, el juez, el pediatra o la familia, porque lo que sucede en esos casos es que cuando llegan al psicólogo forense, el testimonio de esos menores está muy contaminado”, advierte la psicóloga forense María Paz Tejedor.
En el caso de que haya secuelas físicas y los padres acudan al hospital, el médico tiene dos cometidos: la atención clínica y tramitar las notificaciones a los servicios correspondientes. “Todo el sistema de protección al menor se ha desjudicializado y quien tiene la competencia son los servicios sociales municipales. Toda la filosofía del sistema de protección a la infancia, en caso de maltrato infantil, se basa en ayudar a la familia a resolver los posibles problemas relacionados con el maltrato”, concluye José Antonio Díaz Huertas, de la unidad de Pediatría Social del hospital Niño Jesús de Madrid y director del programa de Atención al Menor.
En otros países, Las niñas sufren más casos y más violencia
En España no existen datos concretos sobre los abusos sexuales a menores, pero hay diversos indicios para estimar la gravedad del problema. Las cifras disponibles corresponden a estudios realizados por instituciones públicas o privadas de las distintas comunidades autónomas, que proporcionan una información valiosa pero incompleta, con el agravante de que en muchos casos se silencia este tipo de maltrato. Según algunas estadísticas, sólo emerge entre el 2% y el 8% de los casos.
Dos amplios estudios realizados en 1995 y 2002, que analizan los expedientes tramitados por los servicios de protección a la infancia de las comunidades autónomas en los que está confirmado el abuso infantil, revelan que el abuso sexual alcanza al 4% de los menores. Según un recuento realizado por el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales a partir de las denuncias interpuestas en la Policía Nacional y la Guardia Civil en todo el territorio español (no se computan las instancias policiales autonómicas), se desprende que entre los años 1997 y 2001 se registraron 18.253 casos de abuso sexual en menores. Este delito recae en niñas en el 80% de los casos y sobre todo en menores de 13 años.
Otro estudio retrospectivo español ha analizado más de 100 casos de menores de entre 4 y 18 años que habían denunciado abusos y en los que se había demostrado la credibilidad del testimonio y observa que mientras los niños tienden a exteriorizar el abuso mediante conductas disociales o dificultades de adaptación, las niñas proyectan menos la situación que están viviendo. Además, las niñas sufren con más frecuencia abuso sexual asociado con violencia física.
El Observatorio de la Infancia, organismo adscrito al Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, está impulsando en todas las comunidades autónomas un método común de detección y notificación de casos en el ámbito policial, sanitario, educativo y de los servicios sociales, y su posterior registro. Se prevé que este registro pueda estar operativo, con la colaboración de las comunidades, en el plazo de un par de años.