17 de abril de 1812: Belgrano envía al Gobierno un cañón, dos granadas de mano, y una bala de los arcabuces que usa el ejército de Cochabamba; resaltando el patriotismo y la entrega de esos compatriotas del Alto Perú; adjuntando descripción de las piezas.
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“Excmo. Señor:
Remito a V. E. un cañoncito, dos granadas de mano, y una bala de los arcabuces que usa el exército de Cochabamba a falta de fusiles: todo esto prueba el ardor de aquellos patriotas: si las demás provincias hicieran otro tanto, muy pronto se acabarían los enemigos interiores, y temblarían los que nos acechan.
Dios guarde a V.E. muchos años.
Quartel General del Campo Santo, 17 de Abril de 1812.
Exmo. Sr. Manuel Belgrano.
Exmo. Gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata”.
“Explicación del cañón y la granada de que se valen los bravos cochabambinos.
El cañón es de estaño bastantemente reforzado: su longitud de nueve pulgadas, su calibre de dos onzas; su peso de cinco libras dos onzas. El oído tiene un grano de bronce: se coloca sobre una horqueta a la que van asegurados los muñones, situada aquella al frente, y su altura correspondiente al hombro del individuo, los que formados hacen de aquél, el mismo uso que del fusil. La granada será del calibre próximamente de a dos: está engazada con unos anillos de cuero, y en sus extremos inferiores asido por medio de nudos un trozo de cáñamo de longitud de una vara: se arrojan a la distancia de una, quadra como si fuese con una honda, pudiendo también verificarlo por otros diferentes movimientos, correspondiendo la espoleta a la distancia a que las arrojan: en la parte inferior tiene una pequeña abra por donde se introduce su carga, y queda cubierta con una madeja de cáñamo, que viniendo desde la boca remata en lo interior, asegurando la espoleta”.

 


 

17 de abril de 1818: Belgrano felicita a San Martín por la victoria obtenida en Maipú y le expresa sus deseos de que por ese camino quede asegurada la independencia de la Patria.
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“COMPAÑERO Y AMIGO QUERIDO:
Sea mil veces enhorabuena, recíbales U. igualmente de los demás compañeros, aunque teníamos la zozobra propia de quien espera, pero ya nos habíamos anticipado el triunfado [sic] luego que supimos que U. vivía y más cuando había logrado reunir las tropas a su mando.
Siga U. dando gloria a la Nación y asegure, como nos prometemos, su independencia, ordenándonos lo que quiera que hagamos, y en particular.
Su affmo. amigo,
MANUEL BELGRANO
Tucumán, 7 de Abril de 1818.
Sr. Dn. José de San Martín.”

 


17 de abril de 1815: Juan Manuel Beruti, en sus “Memorias Curiosas” nos informa: “Este mismo día, amaneció puesta en el asta de la Fortaleza, la Bandera de la Patria, celeste y blanca, primera vez que en ella se puso, pues hasta entonces, no se ponía otra, sino la española; cuya bandera la hizo poner el Comandante de la Fortaleza, que el día antes fue nombrado por Soler para su cuidado y defensa, el Coronel Don Antonio Luis Beruti, con la cual se entusiasmó sobremanera el pueblo en su defensa, y desde este día, ya no se pone otra sino la de la Patria”.
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17 de abril de 1812: Belgrano informa al Gobierno que separó del cargo al Obispo de Salta, desterrándolo a Buenos Aires y remite las pruebas que lo llevaron a tomar dicha resolución.
“Exmo. Sr.: Las tres adjuntas cartas de José Manuel de Goyeneche fueron interceptadas con otras varias por D. Mateo Centeno comandante de la Angostura.
V.E. se impondrá por ellas de la comunicación del Obispo de Salta con los enemigos, y en consecuencia le pasé ayer mismo, desde el punto en que las leí, la orden que señalo (la de la remoción).
Generalmente se me había dicho que este prelado era contrario a la sagrada causa de la Patria; que de su casa salían las noticias más funestas; y que se empeñaba en el desaliento, y por consiguiente en la desunión.
Mi ánimo propenso siempre a estar bien de todos no me daba lugar a persuadirme de tales excesos; pero en el momento que he visto las cartas de Goyeneche no he podido contenerme; pues veía expuesta la seguridad de las armas, habiendo esta clase de sujetos que se destinan a su ruina por unos medios tan rastreros, y que con su exemplo arrastran la multitud ignorante, y siempre propensa a respetar esta elevada y santa clase de la sociedad.
Creo que será de la aprobación de V.E. esta providencia; porque de otro modo no es posible arrancar esos males, que tantos prejuicios nos causan, atribuyendo a debilidad nuestra y miedo, todo lo que es moderación y dulzura.
Con algunos otros he de executar otro tanto, aunque calle el decreto de seguridad por algunos instantes; pues de otro modo no puedo responder de la seguridad de mis operaciones militares ni del exército que V. E. me ha confiado.
Dios guarde a V.E. muchos años.
Quartel General del Campo Santo, 17 de Abril de 1812
Exmo. Sr. Manuel Belgrano.
Exmo. Gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata”.
Nicolás Videla del Pino nació en Córdoba en 1741, Sus primeros estudios fueron en el colegio de Nuestra Señora de Monserrat, en su ciudad natal hasta doctorarse en filosofía y teología en 1764, cuando obtuvo los títulos de Bachiller, Licenciado y Doctor en Sagrada Teología. Al año siguiente recibió las órdenes mayores, incluido el presbiterado. En 1804, fue elegido y consagrado obispo de la diócesis de Asunción del Paraguay. El 28 de marzo de 1806, con la bula Regalium principum el papa Pío VII creó la diócesis de Salta, designando a monseñor Videla del Pino como obispo.
A poco de llegar, además de la tarea propia de su ministerio, se ocupó por la erección del nuevo templo, ya que la iglesia matriz estaba casi en ruinas. Se preocupó por la educación instalando un colegio para niñas huérfanas; cuando se produjo la revolución de Mayo, adhirió a ella pero, en medio de una disputa entre dos sacerdotes del clero local, quedó en incómoda posición.
Belgrano en abril de 1812 interceptó una supuesta correspondencia del general realista Goyeneche, donde constaba que Videla respondía a los españoles. Ante la duda, el Prócer dispuso alejar al obispo de su diócesis. Pero el prelado optó por otra solución: huyó de su sede episcopal y merodeó varias semanas por las montañas, antes de refugiarse en una cueva de una familia humilde de los alrededores de la ciudad de Salta; las mujeres de la familia, asustadas por la desmejoría en la salud del obispo lo convencieron de entregarse al gobernador de la ciudad, Domingo García, que lo capturó el 3 de agosto. Permaneció en arresto domiciliario en la capital durante algunos meses, mientras comenzaba un juicio en su contra bajo la acusación de alta traición -a la que siempre rechazó- que fue quedando en el olvido. Fue trasladado a Río Cuarto a mediados de 1813, mientras la causa criminal languidecía y finalmente quedaba en nada. La discusión sobre si debía o no volver a ocupar su puesto ocupó varios años: la Asamblea del año XIII, le negó esa posibilidad y tampoco se preocupó por conseguirle un reemplazante.
Trasladado a Buenos Aires, vivió en el convento de los mercedarios y de los recoletos. Era el único obispo en todas las Provincias Unidas y en virtud de eso ordenó a muchos sacerdotes (incluído chilenos), ya que la diócesis porteña desde la muerte del obispo Benito Lué, en 1812, se encontraba vacante. Intentó que el Congreso de Tucumán reivindicara sus derechos durante dos años, lo que no pudo lograr.
Finalmente falleció en una quinta de Barracas (Buenos Aires) en marzo de 1819. Juan Manuel Beruti en sus “Memorias curiosas” nos dice: “El 17 de marzo de 1819: Murió el ilustrísimo señor doctor don Nicolás Videla del Pino, obispo de Salta, que se hallaba en esta capital, quien fue enterrado en la Santa Iglesia catedral, con toda la solemnidad correspondiente a su alta dignidad, el día 19 de dicho mes por la mañana habiendo sido sepultado en un patio, o corral, que sigue al costado del altar de San Pedro, bajo una bóveda que se hizo al efecto”.
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17 de abril de 1812: La Gazeta de Buenos Aires, anuncia en su última página que Belgrano sale para Campo Santo.
“El coronel Manuel Belgrano ha tomado ya la posesión del mando en xefe del exército del Perú. En carta de 29 de marzo avisa que las avanzadas de nuestra vanguardia se hallaban en Moxos observando los movimientos del enemigo que al día siguiente salía en persona con la 3° División del exército y con destino a acamparse en el punto de Campo Santo donde se hallaban las dos primeras; y que la vanguardia enemiga al mando de D. Pío Tristán se había estacionado en Suypacha después de la retrogradación del exército.
También remite una carta que sorprendió una de sus partidas escritas por Pío Tristán y dirigidas al Cabildo de Jujuy. En ella después de un exordio encomiástico de sus fuerzas, les dice que había determinado retroceder para que sus tropas no incomodasen aquel del vecindario ¡Qué tal! Y luego dirán que los exércitos enemigos no son humanos, y generosos”.
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